En las décadas de los sesenta y de los setenta, nuestros padres nos otorgaban permiso para ir al parque Central de San Cristóbal los domingos por la noche si nos comportábamos bien ya sea en la casa, en la escuela o en la vecindad. Eso sí, el permiso era estrictamente de ocho a diez de la noche, según lo pautaba el himno nacional al comienzo y al final del concierto que amenizaba la banda de música del ayuntamiento dirigida por un gran munícipe, el maestro Juan Javier.
Retengo en mis oídos del tiempo los danzones, marchas y merengues que disfrutábamos mientras jugaban al topao los adolescentes y mozalbetes y los de más edad se enamoraban y piropeaban las muchachas. Ellas lucían sus mejores prendas mientras las galanteábamos, porque era prácticamente el único espacio y tiempo para acercarnos a ellas.Siga Leyendo
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